La cultura se protege de la mirada intrusiva del turismo

El turismo es una actividad que se encuentra en pleno apogeo, razón por la que han surgido numerosos tipos de turismo, entre ello el cultural y con él ha surgido una nueva subjetividad turística con la que se tiende a buscar cada vez más aquellos ámbitos que resultan más ‘auténticos’ dentro de las culturas que se visitan. 

No obstante, tales deseos han llegado a violentar de manera frecuente las fronteras establecidas por las sociedades que son receptoras entre lo que desean exponer al visitante y lo que no. Los rituales son los que  ayudan a los recién llegados para que se ajusten a estos nuevos ambientes, así mismo, ayudan a los residentes que ya están establecidos a aceptar lo que sienten como una amenaza para su modo de vida. 

Es importante conocer la reacción de los residentes locales con respecto a la entrada de forasteros, sobre todo, de aquellos grupos de turistas culturales, pues  ante ello, los locales podrían desear guardar sus celebraciones coloristas, siendo estas las atracciones turísticas por excelencia. Tanto locales, como forasteros y rituales han de ser uno de los desarrollos más significativos con los que en la actualidad cuenta Europa, y la razón de la afluencia masiva de forasteros. 

Son numerosos los factores que se han combinado y que atraen diversas categorías de nuevos visitantes a las diversas localidades, como jornaleros, emigrantes, obreros, invitados, refugiados políticos, inmigrantes ilegales, además de los millones de turistas hasta las comunidades que ya están establecidas. 

Cuando se introducen forasteros cuyas costumbres son marcadamente distintas a las tradicionales dentro de aquellas zonas que son relativamente homogéneas, provoca una confrontación con esas nuevas ideas y hábitos. Automáticamente la presencia de forasteros crea nuevas categorías de ‘nosotros’ y de ‘ellos’ que a menudo generan sospecha, celos y miedo. 

En tal sentido, los nativos reaccionan buscando reestablecer el contacto entre ellos, a fin de delimitar sus fronteras, y con ello proyectar su propia identidad protegiendo sus valores centrales. En ello, los rituales vienen a jugar un papel relevante durante este proceso. 

En cuanto a las celebraciones públicas, festivales y rituales familiares estos llegan a proporcionar un medio que es bien documentado y con el que se puede hacer frente a la tensión que origina la incertidumbre provocada por el cambio.

Desde la década de los 70 se desarrolló un notable incremento en las festividades públicas de Europa. En su mayoría, se encargan de celebrar la identidad local y también de proporcionar un sentido de pertenencia a los habitantes agitados por la rápida industrialización, la urbanización, el declive del modo de vida rural y el crecimiento del turismo. 

Existen diversos ejemplos de ello. Más allá de las órdenes emanadas desde el Concilio Vaticano II a fin de minimizar la pompa de la parroquia, los festejos patronales y las celebraciones de la Semana Santa en España, Italia y Malta, estas han aumentado. Las festividades se reintrodujeron. 

Entre los ejemplos podemos mencionar la procesión del Viernes Santo en Lanciano (Abruzzo, el carnaval del sur de Francia, Campania, comunidades Ladin en los Dolomitas y eventos que guardan relación como Sega-la-vecchia en Siena y Grosseto.